09 noviembre 2009

Nos colgamos


Ustedes sabrán disculparnos. Por una cosa o por otra, desatendimos el blog y hace un montón de semanas que no lo actualizamos.

Que el debate sobre la Ley de Medios, que el conflicto en Kraft, que el paro de subtes, que la policía de Macri, que el Festival Buenos Aires Rojo Sangre, que el fútbol en la Televión Pública... En el medio, el Oso Di Laura, se enfermó, pasó una temporada de infierno hospitalario y, ahora, luce cual Tweety del subdesarrollo: pura cabeza, color amarillento y una pluma que le arrastra la nuca...

No hay caso, García Marquez tenía razón cuando proclamaba que la realidad supera a la ficción. Por lo menos, la engorda de lo lindo y te deja cautivo de esa urgencia: a ver si todavía nos perdemos la oportunidad de usar la libertad de expresión y de circulación que nos legaron los próceres del Bicentenario.

La cuestión es que hoy empezamos a recuperar el tiempo perdido: ya colgamos las deliciosas cartas de Luis Loguyo para que puedan volver a leerlas. Están acá abajo...

A los que nos visitan en el ciberespacio, en el dial o en el Paseo La Plaza: gracias por el aguante y por estar ahí todos los sábados, haciendo el programa con nosotros.

Hablando de humo...


San Marcos Sierras, Octubre en Córdoba, caen piedras sin llover.


Don Pesoa,

Usted, que suele andar por ciudades diversas, a ver si me hace el favor de pasarme data posta de una información que me bajó del satélite trucho al que me conecto. Lo que me ha llegado no tiene, para mí, demasiados visos de credibilidad, es como una cortina de humo.

Y hablando de humo, lo molesto concretamente por este asunto: acá tengo unos archivos que dicen que a un tipito de calva lustrosa que labura o laburaba en y para el gobierno nacional, le han confiscado la camioneta del Estado con unos plantines adentro de la cúpula y parece que la piloteaba el mismo hijo del calvo. Oiga Pesoa, ¿Usted está al tanto de esto o es pura cháchara de las nubes de Úbeda?, me parece raro este asunto, porque yo he tenido oportunidad de compartir algunas fiestas patrias con el pelado, le hablo de esas comilonas a puro jugo y entrega de planes y ahí me lo crucé por última vez, estaba abajo del escenario tragándose una humita en chala y me hacía la “V corta” con los deditos mochos. Pesoa, le juro que el tipo tiene toda la onda.

Al hombre este lo tengo visto y oído desde hace tiempo, tiene muchas aspiraciones, claro que ahora algunas cosas me cierran mejor, como que se me aclara el panorama. Cuando este buen hombre hablaba de hacer la revolución con este gobierno, yo me daba cuenta, estaba claro que el chabón algo había ingerido, pero siempre tuve la intriga de cuál sería la cantidad necesaria para provocar tamaño delirio en un ser humano; ¿uno, dos, tres, cuatro plantines quizás?...minga Pesoa…el flaco se daba con camionetas enteras !!. Una bestia sin límites. Un asesino.

Que joda con este tema, Pesoa, porque ahora la Beatriz Sarlo va a escribir una columna en el diario de la corneta diciendo que esto se produce justo cuando despenalizan el consumo; la vieja de los canelones va a decir que esto en Francia no pasa y al Marcos Aguinis seguro que le da para otro libro, yo le escribí una carta sugiriéndole un título, así de onda, no quiero dinero por mis ideas, le propuse “El feroz encanto de clavarse un pinito”, pero no he tenido respuesta. Es que así es la derecha en este país, Pesoa, desagradecida y andaluza, porque ahora van a exagerar este asunto hasta el hartazgo sin mirar el pingüino medio lleno, porque fíjese que este muchacho transportaba las plantitas en una camioneta oficial, para ser exactos, estaba afectada al Ministerio de Desarrollo Social y seguro que las plantas eran parte de un plan piloto de cultivo orgánico en zonas carenciadas de alto riesgo sociocultural. Ya sé Pesoa, usted desconfía, pero supongamos que esta teoría que le propongo se me cae por falta de nitrógeno, entonces vea la situación desde otro wuin. Pongamos por caso (y ojo que esto lo hago sólo por usted) que el tipo estaba en un proyecto onda microemprendimiento y vendía plantitas. Pesoa, no jodamos, la camioneta que yo vi tenía leyendas del Estado Nacional, esto quiere decir que al menos el chabón tenía la honradez de no venderlas en negro. ¿Sabe cuál es su problema Pesoa?, que usted siempre ve el pingüino medio vacío.

Y yo no sé Pesoa, yo no sé con qué necesidad.

Que ande bien.

Luis Logullo.

¿Guacamayo solidario?


Octubre, San Marcos Sierras, capital de la miel y del pensamiento crítico, Córdoba, Argentina.

Don Pesoa,
Quiera dios, el que vive solo y aconseja, que ande usted bien, donde sea que se encuentre.

Pesoa, traté de ubicarlo en Buenos Aires pero me ha sido imposible. Mucha gente allá, parece un hormiguero pateao. Tuve que acercarme a la ciudad por un problema en la vista. Lo mío es serio, Pesoa. Un caso entre catorce y medio, según me ha dicho el facultativo que me atendió en una salita de Villa Caraza. Hace unos meses que estoy poseso de un extraño mal; veo, Pesoa, y no le estoy hablando de aquella vez que juré ver la imagen de San Agustín manejando el auto justicialista sobre la bóveda del horno de barro; flor de despelote se armó en el pueblo. Se corrió el rumor y se me llenó el terreno de camionetas importadas con deudas de patente; los sojeros se acercaban a la imagen y pedían una quita en las retenciones y los mamados una baja en el precio del vino suelto. Una peregrinación de desesperados era eso, hasta que al final se supo que la bosta de caballo mezclada en el adobe del horno había fermentado con la lluvia de la noche anterior y quedó como un santo en relieve. ¡Hereje!, me ha llegado a decir la curandera del pueblo, y de “malo” me trató el pastor anglicano que levanta quiniela clandestina. No es chiste, Pesoa, la pasé mal aquella vez. Pero ahora es diferente lo que me aqueja, y si bien se relaciona con la vista, esto es mucho peor que lo del santo peronista. Veo lo que muchos no atisban a entrever ni tomando te de ginseng. Le explico, Pesoa: estando en Buenos Aires, hice noche en casa de mis primos de la Villa Palito, en el partido de La Matanza, (los Parravicini, que también sufren de videncias y otra vez le contaré); se me acerca el hijo no reconocido de mi primo para mostrarme las zapatillas de cuatrocientos mangos que se había comprado y yo, que tengo esta enfermedad en la vista, en vez de ver los colores del calzado, “veía” a una familia de bolivianos encerrados en un taller, meta hacer zapatillas a un peso el par y alimentados a papa y maíz blanco hervido, todo para que este nabo se crea superior por lo que lleva en las patas ¿me explico, Pesoa? Es jodido esto que me pasa, vivo amargado, por eso fui a ver al médico y el tipo me sale con que lo mío solamente tiene una cura y además es gratis. Pesoa, el galeno me receta ver televisión, porque me aseguró que mirando las mismas boludeces que ven todos, voy a terminar viendo y pensando lo mismo que todos y adiós problemas de la vista. Me diagnosticó el “Mal de la Visión Crítica” y recetó seis horas de programación diaria en horario central. No tuve más alternativa que mudarme al barrio de Caballito, a la casa de otro primo que es policía y está enganchado al cable, porque los de la villa lo pagan y no quise abusar. Pesoa, uno tiene códigos, déjese de embromar.

No hizo una bosta de efecto el tratamiento, por el contrario, se me acentuaron los síntomas.
Hay un tipo bastante alto y pelotudo, con cara de galleta y que grita como guacamayo en celo. Tiene un programa de competencias musicales con estrellas baratas y ya medio apagadas, seis locas con medio culo al aire y otra que usa galera y hace de jurado. Le hablo de algo muy mucho berreta Pesoa, algo así como un cumpleaños de quince con entrega de velas, cotillón del Once y carnaval carioca con desayuno animado por Perla Caron. El tipo este sale al aire casi todas las noches, y la noche nefasta que me tocó verlo, por esto del tratamiento de la mirada, casi reviento Pesoa, casi reviento. El guacamayo dijo que hace “solidaridad”, y por eso metió a dos docenas de pibes chaqueños adentro de un micro y los trajo al estudio para exhibirlos, al estilo el perito Moreno trayendo indios al museo de La Plata para que los vean y les tiren galletitas. Los pibes llegaron desde Miraflores, un caserío perdido en la perdición del interior, con el maestro y la directora llegaron los pibes. El guacamayo dijo que allá toman agua de un pozo donde toman agua los animales y eso ya me sonó extraño, Pesoa, parece que el guacamayo no distingue entre charcos y aljibes. Nunca he visto una vaca estirando el cogote veinte metros adentro de un pozo para tomar agua; quizás intentó decir que del mismo pozo extraen agua para ellos y para los animales, como en mi casa, que de la misma canilla tomo yo y lleno el tacho de los perros, pero no bebo junto a los canes ¿soy claro?. Al rato, y antes que de que a los corderos presentes en el estudio se le sequen las lágrimas que el guacamayo transforma en billetes, mostraron unas imágenes de la escuelita; de adobe, Pesoa, como mi pieza del fondo, nada nuevo ni malo. Viera usted al maestro, esos educadores rurales acríticos devenidos en héroes civiles pero que reproducen el sistema; de guardapolvo blanco estaba el maestro en medio del tierral y pidiendo ayuda por la falta de agua. No sé si alguna vez al maestro se le cruzó por el hipotálamo explicarles a los pibes que ellos se cagan de sed a pesar de estar sobre el acuífero guaraní, o que a sus padres alguien les cierra la canilla mientras a ellos les alambran el pensamiento. Tendría que decirles, a esos pibes, lo que nadie les dice, tendría que hacerles ver que ellos sobran en este sistema, que no son viables, que no son, y que, además, nada de lo que padecen es casual sino que ellos son las notas bajas de una sinfonía pornográfica hábilmente ejecutada. Y pasó, Pesoa, pasó lo que tenía que pasar, entreveraron a los pibes inviables con pibes de Buenos Aires para que formen un coro y canten. Un, dos, tres, paneo a los pendejos !!!, le dijo por la cucaracha el director al guacamayo, y usted veía a los pibes marrones que ni movían los labios. Acto seguido, el guacamayo se cebó y la embistió con un discursete acerca de la inseguridad, pero no aclaró a qué inseguridad se refería, si a la alimentaria, a la sanitaria, a la laboral, a la económica o a la judicial. Clamó unión, libertad y solidaridad y yo, Pesoa, sigo sin comprender por qué debería ser solidario si vivo dentro de un estado capitalista donde los pobres no existen; eso quedará, seguro, para el régimen cubano o el fascismo chavista.

Oiga Pesoa, preste atención a lo que voy a decirle: Estos tipos se adueñaron del concepto de “LIBERTAD” y hay que expropiárselo a como dé, porque mañana se van a adjudicar la invención de la palabra “TODOS” y ahí si, Pesoa, empiece a correr porque las patitas no le van a alcanzar para escapar, porque “todos” van a ser solamente “ellos”. No se puede hacer un país con todos ni mucho menos para todos, es imposible. No se puede estar en la misa y en la procesión al mismo tiempo. Cuando alguno le diga que va a gobernar “para todos”, desconfíe, Pesoa, desconfíe. Estamos en momentos muy fieros, momentos donde estos tipos usan pobres para luego descartarlos, hay que prestar atención a cada palabra porque ninguna es inocente, cada una fue pensada por diez tipos antes de que el guacamayo la diga al aire porque, Pesoa, en estos tiempos y en esos ámbitos nada se improvisa, todo tiene una dirección bien definida. No crea en casi nada de lo que vea en la superficie, Pesoa, yo sé lo que le digo, o acaso ¿Quién supone usted que gana más? ¿El peruano explotado que le hizo los calzones de marca al guacamayo o la paraguaya cama adentro que se los lava?

Vamos, hombre, que a veces somos gente grande.

Que ande bien.

Luis Logullo
DNI 18 089 438

Calabazas para Halloween


San Marcos Sierras, en el día de brujas y el kilo de tomate a diez pesos.


Don Pesoa,


Quiera dios, ese que juega con los dados cargados, que ande usted bien, donde fuese que se encuentre al momento de recibir estas noticias.


Vea Pesoa, estoy en aprietos bastante serios, me estoy secando, Pesoa.


Me siento defraudado, timado, engatusado y víctima de una estafa moral; he llegado a este caserío embaucado bajo la mítica fábula de que la provincia de Córdoba tenía el mejor de los climas y llevo tres días a puro chorro de viento caliente, una jornada sin agua y seis horas sin luz. Se abusan Pesoa, se abusan, y justo hoy que es 31 de Octubre y tenía colocadas en el mercado del entretenimiento cuatro toneladas de calabazas para Halloween, que tanto tiene que ver con nuestras raíces y tradiciones. Con esto de la sequía, la calabaza más grande tiene las dimensiones de un zapallito zuccini y dentro del lago San Roque usted puede trotar o hacerse un picadito porque hasta césped le ha crecido. Le estoy ablando de algo sin retorno, Pesoa, ya se habla de gente que no puede lavar las camionetas importadas y de viejas que hace rato no baldean las veredas. Es el armagedón, Pesoa, acá en este poblado donde vegeto la policía encontró toda una colonia de duendes muertos por la sequía, usted le apretaba los gorritos y se le hacían polvo entre los dedos. No viera los lagrimones del cabo escribiente Umpiérrez, al final es un tierno.
Bicho jodido el duende, Pesoa, así como los ve, del tamaño de un eructo de un jubilado con la mínima, le pueden hacer la vida imposible. Y no viera lo promiscuos que son, yo tuve una familia de treinta y siete gnomos viviendo en el horno de barro y no había forma de sacarlos de ahí adentro ni de que aportaran un alquiler, pero reconozco que al menos eran limpios, en ese aspecto se asemejan bastante a algunos humanos porque se alimentan de sus propios excrementos. Recuerdo que había uno de no más de tres centímetros de altura que cuando yo encendía el fuego para un asado el tipo me meaba las brasas desde el borde de un ladrillo refractario. Fue una etapa de mi vida que prefiero no recordar, mucho sufrimiento Pesoa, pero me vino al dedillo para romper el imaginario con estas bestias del averno, hablar de hombre a duende y poner las cosas en claro, pero para eso tuve que hacerles el entre y conocer su cultura, eso me llevó dos horas.

Parece que estos engendros minúsculos llegaron a esta patria mía allá por el 1900, escondidos en los breteles de los corpiños de las minitas polacas que iban a laburar a los cabarutes del bajo Rosario y desde ahí se dispersaron a todo el territorio argentino. Formaron clanes y entre ellos se enfrentaron por el poder, siguieron a un líder que les aseguraba la revolución y gorritos nuevos pero los engañaba por detrás y parece que se formó una escuadra de gnomos que se calentó mal y enfrentó a los poderosos con todo tipo de armas; bombardeos con nueces, avellanas, empalamiento del enemigo con escarbadientes, voladura de ciudades gnomas con cohetitos chasquibunes y puteadas varias fueron las herramientas de lucha, pero no hubo caso, los duendecitos del poder se vengaron a lo bestia. No quiero imaginarme aquello Pesoa, ¿sabe lo que han llegado a hacer?, a los gnomos de la resistencia los dopaban con té de valeriana, los subían al lomo de un martín pescador y los arrojaban vivos al primer charquito que encontraban. Después les decían a los familiares que los chaboncitos estaban vivos en El Bolsón, Bariloche o el Lago Puelo, pero era mentira. Fue una etapa de terror, Pesoa, de mucho terror.

De más está decir que los duendes ganadores de la batalla armaron sus propias leyes, inventaron su argumentos y lavaron sus culpas mediante la religión gnoma, que todo lo justifica, o casi. Quedaron algunos integrantes de aquella resistencia gnoma, pero han sido cooptados por los duendes dominantes que ahora gobiernan disfrazados de haditas buenas y el resto vegeta puteando frente a sus mini televisores sin hacer nada, y cuando abren la boca es para decir cada estupidez que mejor callar y seguir de largo. Oiga Pesoa, yo no quiero meterme con estos engendros porque no tienen nada que ver conmigo, estos duendes no saben de donde vienen ni para donde van, porque me han contado que el grupo primario, que salió desde Anillaco, luego mutó en otra especie que se afincó en Santa Cruz y, desde ahí, se instaló definitivamente y con más fuerza en la ciudad de Buenos Aires. Por eso le escribo, Pesoa, para que ande alerta, ellos están pero usted no los ve, por las noches se arriman a su oreja y le meten discursos subliminales que el inconsciente va tomando como ciertos. Por eso Pesoa, usted que anda por todas partes, hágame caso, yo sé lo que le digo, cada vez que vaya al baño tire bien fuerte de la cadena.


Que ande bien.


Luis Logullo