09 noviembre 2009

Calabazas para Halloween


San Marcos Sierras, en el día de brujas y el kilo de tomate a diez pesos.


Don Pesoa,


Quiera dios, ese que juega con los dados cargados, que ande usted bien, donde fuese que se encuentre al momento de recibir estas noticias.


Vea Pesoa, estoy en aprietos bastante serios, me estoy secando, Pesoa.


Me siento defraudado, timado, engatusado y víctima de una estafa moral; he llegado a este caserío embaucado bajo la mítica fábula de que la provincia de Córdoba tenía el mejor de los climas y llevo tres días a puro chorro de viento caliente, una jornada sin agua y seis horas sin luz. Se abusan Pesoa, se abusan, y justo hoy que es 31 de Octubre y tenía colocadas en el mercado del entretenimiento cuatro toneladas de calabazas para Halloween, que tanto tiene que ver con nuestras raíces y tradiciones. Con esto de la sequía, la calabaza más grande tiene las dimensiones de un zapallito zuccini y dentro del lago San Roque usted puede trotar o hacerse un picadito porque hasta césped le ha crecido. Le estoy ablando de algo sin retorno, Pesoa, ya se habla de gente que no puede lavar las camionetas importadas y de viejas que hace rato no baldean las veredas. Es el armagedón, Pesoa, acá en este poblado donde vegeto la policía encontró toda una colonia de duendes muertos por la sequía, usted le apretaba los gorritos y se le hacían polvo entre los dedos. No viera los lagrimones del cabo escribiente Umpiérrez, al final es un tierno.
Bicho jodido el duende, Pesoa, así como los ve, del tamaño de un eructo de un jubilado con la mínima, le pueden hacer la vida imposible. Y no viera lo promiscuos que son, yo tuve una familia de treinta y siete gnomos viviendo en el horno de barro y no había forma de sacarlos de ahí adentro ni de que aportaran un alquiler, pero reconozco que al menos eran limpios, en ese aspecto se asemejan bastante a algunos humanos porque se alimentan de sus propios excrementos. Recuerdo que había uno de no más de tres centímetros de altura que cuando yo encendía el fuego para un asado el tipo me meaba las brasas desde el borde de un ladrillo refractario. Fue una etapa de mi vida que prefiero no recordar, mucho sufrimiento Pesoa, pero me vino al dedillo para romper el imaginario con estas bestias del averno, hablar de hombre a duende y poner las cosas en claro, pero para eso tuve que hacerles el entre y conocer su cultura, eso me llevó dos horas.

Parece que estos engendros minúsculos llegaron a esta patria mía allá por el 1900, escondidos en los breteles de los corpiños de las minitas polacas que iban a laburar a los cabarutes del bajo Rosario y desde ahí se dispersaron a todo el territorio argentino. Formaron clanes y entre ellos se enfrentaron por el poder, siguieron a un líder que les aseguraba la revolución y gorritos nuevos pero los engañaba por detrás y parece que se formó una escuadra de gnomos que se calentó mal y enfrentó a los poderosos con todo tipo de armas; bombardeos con nueces, avellanas, empalamiento del enemigo con escarbadientes, voladura de ciudades gnomas con cohetitos chasquibunes y puteadas varias fueron las herramientas de lucha, pero no hubo caso, los duendecitos del poder se vengaron a lo bestia. No quiero imaginarme aquello Pesoa, ¿sabe lo que han llegado a hacer?, a los gnomos de la resistencia los dopaban con té de valeriana, los subían al lomo de un martín pescador y los arrojaban vivos al primer charquito que encontraban. Después les decían a los familiares que los chaboncitos estaban vivos en El Bolsón, Bariloche o el Lago Puelo, pero era mentira. Fue una etapa de terror, Pesoa, de mucho terror.

De más está decir que los duendes ganadores de la batalla armaron sus propias leyes, inventaron su argumentos y lavaron sus culpas mediante la religión gnoma, que todo lo justifica, o casi. Quedaron algunos integrantes de aquella resistencia gnoma, pero han sido cooptados por los duendes dominantes que ahora gobiernan disfrazados de haditas buenas y el resto vegeta puteando frente a sus mini televisores sin hacer nada, y cuando abren la boca es para decir cada estupidez que mejor callar y seguir de largo. Oiga Pesoa, yo no quiero meterme con estos engendros porque no tienen nada que ver conmigo, estos duendes no saben de donde vienen ni para donde van, porque me han contado que el grupo primario, que salió desde Anillaco, luego mutó en otra especie que se afincó en Santa Cruz y, desde ahí, se instaló definitivamente y con más fuerza en la ciudad de Buenos Aires. Por eso le escribo, Pesoa, para que ande alerta, ellos están pero usted no los ve, por las noches se arriman a su oreja y le meten discursos subliminales que el inconsciente va tomando como ciertos. Por eso Pesoa, usted que anda por todas partes, hágame caso, yo sé lo que le digo, cada vez que vaya al baño tire bien fuerte de la cadena.


Que ande bien.


Luis Logullo