09 noviembre 2009

¿Guacamayo solidario?


Octubre, San Marcos Sierras, capital de la miel y del pensamiento crítico, Córdoba, Argentina.

Don Pesoa,
Quiera dios, el que vive solo y aconseja, que ande usted bien, donde sea que se encuentre.

Pesoa, traté de ubicarlo en Buenos Aires pero me ha sido imposible. Mucha gente allá, parece un hormiguero pateao. Tuve que acercarme a la ciudad por un problema en la vista. Lo mío es serio, Pesoa. Un caso entre catorce y medio, según me ha dicho el facultativo que me atendió en una salita de Villa Caraza. Hace unos meses que estoy poseso de un extraño mal; veo, Pesoa, y no le estoy hablando de aquella vez que juré ver la imagen de San Agustín manejando el auto justicialista sobre la bóveda del horno de barro; flor de despelote se armó en el pueblo. Se corrió el rumor y se me llenó el terreno de camionetas importadas con deudas de patente; los sojeros se acercaban a la imagen y pedían una quita en las retenciones y los mamados una baja en el precio del vino suelto. Una peregrinación de desesperados era eso, hasta que al final se supo que la bosta de caballo mezclada en el adobe del horno había fermentado con la lluvia de la noche anterior y quedó como un santo en relieve. ¡Hereje!, me ha llegado a decir la curandera del pueblo, y de “malo” me trató el pastor anglicano que levanta quiniela clandestina. No es chiste, Pesoa, la pasé mal aquella vez. Pero ahora es diferente lo que me aqueja, y si bien se relaciona con la vista, esto es mucho peor que lo del santo peronista. Veo lo que muchos no atisban a entrever ni tomando te de ginseng. Le explico, Pesoa: estando en Buenos Aires, hice noche en casa de mis primos de la Villa Palito, en el partido de La Matanza, (los Parravicini, que también sufren de videncias y otra vez le contaré); se me acerca el hijo no reconocido de mi primo para mostrarme las zapatillas de cuatrocientos mangos que se había comprado y yo, que tengo esta enfermedad en la vista, en vez de ver los colores del calzado, “veía” a una familia de bolivianos encerrados en un taller, meta hacer zapatillas a un peso el par y alimentados a papa y maíz blanco hervido, todo para que este nabo se crea superior por lo que lleva en las patas ¿me explico, Pesoa? Es jodido esto que me pasa, vivo amargado, por eso fui a ver al médico y el tipo me sale con que lo mío solamente tiene una cura y además es gratis. Pesoa, el galeno me receta ver televisión, porque me aseguró que mirando las mismas boludeces que ven todos, voy a terminar viendo y pensando lo mismo que todos y adiós problemas de la vista. Me diagnosticó el “Mal de la Visión Crítica” y recetó seis horas de programación diaria en horario central. No tuve más alternativa que mudarme al barrio de Caballito, a la casa de otro primo que es policía y está enganchado al cable, porque los de la villa lo pagan y no quise abusar. Pesoa, uno tiene códigos, déjese de embromar.

No hizo una bosta de efecto el tratamiento, por el contrario, se me acentuaron los síntomas.
Hay un tipo bastante alto y pelotudo, con cara de galleta y que grita como guacamayo en celo. Tiene un programa de competencias musicales con estrellas baratas y ya medio apagadas, seis locas con medio culo al aire y otra que usa galera y hace de jurado. Le hablo de algo muy mucho berreta Pesoa, algo así como un cumpleaños de quince con entrega de velas, cotillón del Once y carnaval carioca con desayuno animado por Perla Caron. El tipo este sale al aire casi todas las noches, y la noche nefasta que me tocó verlo, por esto del tratamiento de la mirada, casi reviento Pesoa, casi reviento. El guacamayo dijo que hace “solidaridad”, y por eso metió a dos docenas de pibes chaqueños adentro de un micro y los trajo al estudio para exhibirlos, al estilo el perito Moreno trayendo indios al museo de La Plata para que los vean y les tiren galletitas. Los pibes llegaron desde Miraflores, un caserío perdido en la perdición del interior, con el maestro y la directora llegaron los pibes. El guacamayo dijo que allá toman agua de un pozo donde toman agua los animales y eso ya me sonó extraño, Pesoa, parece que el guacamayo no distingue entre charcos y aljibes. Nunca he visto una vaca estirando el cogote veinte metros adentro de un pozo para tomar agua; quizás intentó decir que del mismo pozo extraen agua para ellos y para los animales, como en mi casa, que de la misma canilla tomo yo y lleno el tacho de los perros, pero no bebo junto a los canes ¿soy claro?. Al rato, y antes que de que a los corderos presentes en el estudio se le sequen las lágrimas que el guacamayo transforma en billetes, mostraron unas imágenes de la escuelita; de adobe, Pesoa, como mi pieza del fondo, nada nuevo ni malo. Viera usted al maestro, esos educadores rurales acríticos devenidos en héroes civiles pero que reproducen el sistema; de guardapolvo blanco estaba el maestro en medio del tierral y pidiendo ayuda por la falta de agua. No sé si alguna vez al maestro se le cruzó por el hipotálamo explicarles a los pibes que ellos se cagan de sed a pesar de estar sobre el acuífero guaraní, o que a sus padres alguien les cierra la canilla mientras a ellos les alambran el pensamiento. Tendría que decirles, a esos pibes, lo que nadie les dice, tendría que hacerles ver que ellos sobran en este sistema, que no son viables, que no son, y que, además, nada de lo que padecen es casual sino que ellos son las notas bajas de una sinfonía pornográfica hábilmente ejecutada. Y pasó, Pesoa, pasó lo que tenía que pasar, entreveraron a los pibes inviables con pibes de Buenos Aires para que formen un coro y canten. Un, dos, tres, paneo a los pendejos !!!, le dijo por la cucaracha el director al guacamayo, y usted veía a los pibes marrones que ni movían los labios. Acto seguido, el guacamayo se cebó y la embistió con un discursete acerca de la inseguridad, pero no aclaró a qué inseguridad se refería, si a la alimentaria, a la sanitaria, a la laboral, a la económica o a la judicial. Clamó unión, libertad y solidaridad y yo, Pesoa, sigo sin comprender por qué debería ser solidario si vivo dentro de un estado capitalista donde los pobres no existen; eso quedará, seguro, para el régimen cubano o el fascismo chavista.

Oiga Pesoa, preste atención a lo que voy a decirle: Estos tipos se adueñaron del concepto de “LIBERTAD” y hay que expropiárselo a como dé, porque mañana se van a adjudicar la invención de la palabra “TODOS” y ahí si, Pesoa, empiece a correr porque las patitas no le van a alcanzar para escapar, porque “todos” van a ser solamente “ellos”. No se puede hacer un país con todos ni mucho menos para todos, es imposible. No se puede estar en la misa y en la procesión al mismo tiempo. Cuando alguno le diga que va a gobernar “para todos”, desconfíe, Pesoa, desconfíe. Estamos en momentos muy fieros, momentos donde estos tipos usan pobres para luego descartarlos, hay que prestar atención a cada palabra porque ninguna es inocente, cada una fue pensada por diez tipos antes de que el guacamayo la diga al aire porque, Pesoa, en estos tiempos y en esos ámbitos nada se improvisa, todo tiene una dirección bien definida. No crea en casi nada de lo que vea en la superficie, Pesoa, yo sé lo que le digo, o acaso ¿Quién supone usted que gana más? ¿El peruano explotado que le hizo los calzones de marca al guacamayo o la paraguaya cama adentro que se los lava?

Vamos, hombre, que a veces somos gente grande.

Que ande bien.

Luis Logullo
DNI 18 089 438