19 julio 2009

Se armó el juego

Se armó un juego. Como en el Diez mil, hay que juntar 750 para entrar. Somos muchos participantes. Pero muchos. Muchos los que quieren entrar y muy pocos los que llegan. Hay quienes suman puntos y acaparan privilegios. Pero el resto, el gran resto… está AFUERA. Les dicen “los excluidos”. Los excluidos sufren. Pasan hambre. Pasan frío. Se mueren de antiguas enfermedades curables. Se mueren por maltratos, o matados por Otros que también quieren entrar en el juego. Anhelan la vida de los Pocos. Tienen muchos hijos que también van a quedar afuera del juego. Y son cada vez más los que sufren más. Quienes dirigen el juego están adentro. Ellos hacen las reglas y las hacen cumplir. Los de afuera solo esperan un milagro. Así es el juego. No se puede cambiar.

Siempre hay algunos que luchan. Se organizan para que los excluidos sean incorporados, para que puedan acceder al juego. Pelean. Los de adentro con los de afuera. Los de afuera con los de afuera. Para recibir algunas migajas de privilegios. Deshechos. Cajas de los peores alimentos. Hechos con las peores materias primas. Los lugares más contaminados para vivir. La salud más lejos de la buena salud. La periferia del juego, le dicen. El cordón miserable del juego. Pero el juego es así, dicen. No tuvimos suerte. La suerte es de los que entran. El resto nacimos para fracasar intentándolo. El destino trazado no se puede torcer.

Para quienes tenemos el extraño privilegio de poder hacernos esta pregunta, porque aquellos que anhelan ingresar a este juego están demasiado distraídos fracasando en el intento de entrar… ¿Vale la pena luchar por incorporarnos a este juego? ¿Vamos a seguir insistiendo para que los excluidos seamos incluidos?... ¿Sirve esta lucha?... ¿Realmente queremos ser incluidos en este sistema que necesita de la existencia de un nutrido grupo de pobres para funcionar; que es como un perro que se muerde la cola?... Hacemos fuerza para incorporar a unos, mientras que en la retaguardia se está expulsando a muchos otros; muchos más de los que se incorporan, porque el mecanismo se vuelve cada vez más estrecho, más doloroso...

¿Cuál es la lucha entonces?... Después de muchos años de esfuerzos, necesitamos hacernos esta pregunta primaria… ¿cuál debería ser la lucha?... La verdadera lucha es por el cambio del juego. “Juguemos a otra cosa”, debería ser la consigna. No nos engañemos. No juguemos con las reglas de este juego. La lucha es por un cambio profundo en la conciencia, en la forma de vivir o en el concepto de la vida. ¿Qué es la vida?... ¿Qué queremos de la vida?...

Volvamos a lo básico. Volvamos a nuestros ancestros. Si nos abstraemos de toda civilización, seguimos siendo animales. Somos animales. Animales, si. ¿Qué necesitamos para vivir? Alimentos. Agua. Abrigo. Otros seres de nuestra especie para reproducirnos y desarrollar tareas conjuntas tendientes al abastecimiento de alimentos, agua y abrigo. ¿Y?... ¿algo más?... Jajaja!… ¡Creo que no!. ¡Ponete a pensar!... ¡Pero PONETE A PENSAR de verdad!. Y pensá en cuales son los recursos naturales, los elementos que podemos extraer de la tierra para nuestra supervivencia. La tierra es tan generosa... Nos da agua. Alimentos. Abrigo. Eso nos abre la puerta para el desarrollo de todo nuestro potencial creativo. Para la expansión de nuestros cerebros, que van a estar bien nutridos… Pero esos recursos se están usando sólo dentro del juego, y solo para el beneficio de quienes pudieron acceder. El agua se vende en botella, ya no es de todos. Las semillas están restringidas y son modificadas genéticamente. Los alimentos ya no están en la granja sino en la góndola del supermercado. El abrigo tiene marca, y es caro… Lo que podíamos extraer de la naturaleza, ahora son piezas del juego…

¿De qué sirven las grandes civilizaciones, la industria, la tecnología, el confort?... ¿Para qué sirven si no nos sirven para ser más felices?… ¿Para qué nos sirven si les sirven solamente a unos pocos?... ¿Para qué, si algunos tienen mucho y otros no tienen nada?… ¿Por qué nos hacemos los estúpidos viviendo una vida ilusoria, prestada, haciendo uso de unos beneficios de plástico que solo sirven para sumar puntos en un juego macabro?... ¿Por qué queremos matarnos, aplastarnos entre nosotros y destruir el lugar donde vivimos?... ¿Por qué no podemos vivir en armonía con nuestra casa, con el resto de las especies que habitan este suelo?… ¿Cuándo pasó que nuestra conciencia se separó de nuestro cuerpo, se olvidó de sentir, del olor de la tierra, del frío del amanecer… negó su animalidad… ¿se creyó divina sin saber que la divinidad está en la tierra, pensándose inmortal (¡cuánta ignorante soberbia!), se creyó omnipotente y ahora quema su propia raíz…?

Respiremos hondo… cerremos los puños… gritemos!... gritemos más fuerte!!... Busquemos adentro. No, más adentro. Volvamos al principio. Al latido del corazón. Al cuerpo. A la mamá. A la piel. Al contacto con otra piel. Con la piel de una manzana. Volvamos a sentir. Dejemos libres las manos. Percibamos nuestro cuerpo y todas las sensaciones que nos puede dar; nuestro pequeño entorno, es muy pequeño, pero rico. Un pelo que se para, un aroma que nos lleva a la infancia, la patita de una mosca, la luz de la mañana, palabras que bucean el alma… Y después… el Mundo. Pensemos el Mundo. No estamos solos. Nosotros, los Otros, el Mundo. Y más allá del Mundo. El cosmos. Vayamos a ese lugar de la conciencia en donde la casa, el auto, el trabajo y las cuotas del crédito dan (por lo menos) un poco de risa… Vayamos a la sonrisa de esa persona que amamos, a sus ojos, su perfume... al poder de ese vínculo, que habita un lugar que nos parece divino, que nos da una fuerza extraordinaria. Ahí. En el lugar de la Vida, del placer, del grito inicial, de lo irracional (¡si... volvámonos un poco locos!); al sabor del limón, que sacude la modorra del paladar; a una mirada intensa, que expande los pulmones, a una carcajada, a un viaje insólito, al sentido primordial, al poder de poder hacer lo que sea, al conocimiento ancestral de la simple supervivencia, al amor… al Amor… Lo que nos lleva a esa conexión profunda con la vida. Abramos grandes los ojos y miremos al lado…


Al lado hay Otro. Otro como yo. Es igual. También se olvidó de la rugosidad de la nuez, del agua fresca que nos quita la sed, de las piedras, del Ambay que cura la tos... También se perdió. Miralo a los ojos. Los ojos no pueden mentir. Miralo. Acercate y hablale de estas cosas. Recordale los árboles. Recordale que la tierra puede darle alimentos, agua y abrigo. Se va a acordar (¡se tiene que acordar!, se acuerda su sangre y todo su cuerpo!). Hablale despacio del color de la tarde. Del tambor que golpea el pecho. Del fuego que protege y cura. Del rumor tranquilo de un río plateado. Del contacto suave de una mano pequeña. Hablale y contale que querés volver. Que querés volver a sentir. Pedile ayuda para volver a abrazar, a jugar. Pero no un juego de competencia, exclusión y dolor, sino uno donde poder usar la imaginación. Para volver a jugar un juego creativo, comunitario y amigo. Un juego que todos podamos jugar, como cuando éramos chicos. Hay que hacer entre todos las reglas de ese nuevo juego. Hay que imaginarlas. Porque podemos. Y para eso hay que salir de este juego individual. Para poder imaginarnos otro con el Otro, con ese igual que está al lado. Para poder volar. Después de todo, somos animales, pero nos regalaron un don único: la posibilidad de CREAR. Nosotros somos “los Creadores”. Y eso fue lo que este juego nos hizo olvidar: el juego no nos hace; nosotros hacemos el juego. ¡Hagamos juntos uno nuevo! ¡Hagámoslo ya!

Margarita Pesoa